Hermanitas mártires
Nuestras hermanitas mártires
Sor Josefa de San Juan de Dios Ruano y Sor Dolores de Santa Eulalia Puig pertenecen a la primera generación de hermanitas; fueron modeladas y convivieron con santa Teresa Jornet, la fundadora. Las dos estaban destinadas en la casa de Requena (Valencia). Recibieron el martirio durante la Guerra Civil Española (1936-1939).
Desde el inicio de la guerra, la comunidad de Requena quedó en situación comprometida. Conforme se iba agravando la situación las hermanitas percibían la probabilidad de sufrir el martirio. Ellas se iban preparando espiritualmente, conscientes de la seriedad del peligro. Así lo afirman varios testigos: “Viendo los hechos que sucedían en Requena y conociendo la situación en que se encontraba España, las hermanitas tenían conciencia de la posibilidad de ser mártires y lo aceptaban conscientemente, preparándose a ello en la oración. Repetían: ‘si el Señor lo quiere, aceptémoslo y sepamos perdonar para que estas almas se salven’. Sor Josefa, la superiora, estimulaba a la comunidad con estas palabras: ‘tenemos que estar preparadas en estos tiempos que estamos y ser fieles ante lo que pueda ocurrir”.
De las 8 hermanas que formaban la comunidad 5 se fueron con los familiares quedando en Requena Sor Josefa, Sor Dolores y Sor Gregoria que tras una semana de penoso cautiverio, el 8 de septiembre sobre las 6 de la tarde las hicieron subir a un coche y en la carretera de Buñol las obligaron bajar, mandándolas poner juntas e inmediatamente dispararon. Murieron en el acto Sor Josefa y Sor Dolores; Sor Gregoria, la más joven, (33 años) quedó herida; una persona compasiva la llevó al Hospital de Valencia y llegó a recuperarse. Le quedó como secuela la invalidez de un brazo. Vivió lo bastante para poder testificar en el proceso de beatificación de sus compañeras.
De este modo culminó el supremo testimonio de Sor Josefa y Sor Dolores. Esa tarde del 8 de septiembre de 1936 se anegaban en lo infinito; para ellas el tiempo desembocaba en un hoy eterno. Podían decir: “los dolores de muerte sobrehumanos dan a luz el vivir tan esperado”.
Fama de martirio. El pueblo de Requena recibió la noticia con pena e indignación. Se comentaba por lo bajo si no había nada mejor que matar a quienes tanto bien estaban haciendo con su vida de entrega a Dios y a los ancianos. En la Congregación se las llamó, familiarmente, “nuestras hermanitas mártires”.
Una constante en la declaración de los testigos es concebir el martirio de Sor Josefa y Sor Dolores como premio a una vida santa. Veamos algunas de estas declaraciones:
“Para mí el martirio fue una corona, premio del Señor a su gran bondad y caridad con los ancianos”. “Las monjas eran muy queridas en Requena. Lo que habían hecho con ellas era una gran injusticia; y cuando ya todo había pasado, era un clamor popular, el que no había derecho a lo que habían hecho con las hermanitas”. “Todo el pueblo las tiene como mártires, y se avergüenza de tal actuación con unas personas que no hicieron más que el bien por el pueblo”. “Todo el mundo las ha considerado y considera como auténticas mártires. Por la obra que realizaron a lo largo de toda su vida en servicio de la ancianidad y por la forma de muerte que tuvieron, son auténticas mártires”.
Fueron beatificadas en la Plaza de san Pedro, junto con 231 mártires, por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.
Sor Josefa de San Juan de Dios Ruano y Sor Dolores de Santa Eulalia Puig pertenecen a la primera generación de hermanitas; fueron modeladas y convivieron con santa Teresa Jornet, la fundadora. Las dos estaban destinadas en la casa de Requena (Valencia). Recibieron el martirio durante la Guerra Civil Española (1936-1939).
Desde el inicio de la guerra, la comunidad de Requena quedó en situación comprometida. Conforme se iba agravando la situación las hermanitas percibían la probabilidad de sufrir el martirio. Ellas se iban preparando espiritualmente, conscientes de la seriedad del peligro. Así lo afirman varios testigos: “Viendo los hechos que sucedían en Requena y conociendo la situación en que se encontraba España, las hermanitas tenían conciencia de la posibilidad de ser mártires y lo aceptaban conscientemente, preparándose a ello en la oración. Repetían: ‘si el Señor lo quiere, aceptémoslo y sepamos perdonar para que estas almas se salven’. Sor Josefa, la superiora, estimulaba a la comunidad con estas palabras: ‘tenemos que estar preparadas en estos tiempos que estamos y ser fieles ante lo que pueda ocurrir”.
De las 8 hermanas que formaban la comunidad 5 se fueron con los familiares quedando en Requena Sor Josefa, Sor Dolores y Sor Gregoria que tras una semana de penoso cautiverio, el 8 de septiembre sobre las 6 de la tarde las hicieron subir a un coche y en la carretera de Buñol las obligaron bajar, mandándolas poner juntas e inmediatamente dispararon. Murieron en el acto Sor Josefa y Sor Dolores; Sor Gregoria, la más joven, (33 años) quedó herida; una persona compasiva la llevó al Hospital de Valencia y llegó a recuperarse. Le quedó como secuela la invalidez de un brazo. Vivió lo bastante para poder testificar en el proceso de beatificación de sus compañeras.
De este modo culminó el supremo testimonio de Sor Josefa y Sor Dolores. Esa tarde del 8 de septiembre de 1936 se anegaban en lo infinito; para ellas el tiempo desembocaba en un hoy eterno. Podían decir: “los dolores de muerte sobrehumanos dan a luz el vivir tan esperado”.
Fama de martirio. El pueblo de Requena recibió la noticia con pena e indignación. Se comentaba por lo bajo si no había nada mejor que matar a quienes tanto bien estaban haciendo con su vida de entrega a Dios y a los ancianos. En la Congregación se las llamó, familiarmente, “nuestras hermanitas mártires”.
Una constante en la declaración de los testigos es concebir el martirio de Sor Josefa y Sor Dolores como premio a una vida santa. Veamos algunas de estas declaraciones:
“Para mí el martirio fue una corona, premio del Señor a su gran bondad y caridad con los ancianos”. “Las monjas eran muy queridas en Requena. Lo que habían hecho con ellas era una gran injusticia; y cuando ya todo había pasado, era un clamor popular, el que no había derecho a lo que habían hecho con las hermanitas”. “Todo el pueblo las tiene como mártires, y se avergüenza de tal actuación con unas personas que no hicieron más que el bien por el pueblo”. “Todo el mundo las ha considerado y considera como auténticas mártires. Por la obra que realizaron a lo largo de toda su vida en servicio de la ancianidad y por la forma de muerte que tuvieron, son auténticas mártires”.
Fueron beatificadas en la Plaza de san Pedro, junto con 231 mártires, por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.